Los hechos by Philip Roth

Los hechos by Philip Roth

autor:Philip Roth [Roth, Philip]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1988-01-01T05:00:00+00:00


TODO EN LA FAMILIA

Todavía me cuesta creer que fuese tan inocente como para haberme sorprendido como lo hice cuando, a los veintiséis años, me vi enfrentado a la oposición social más hostil de mi vida, y no por parte de los gentiles en uno u otro extremo del espectro clasista, sino de los judíos de clase media y los que tenían cargos institucionales, así como una serie de eminentes rabinos, que me acusaron de antisemitismo y aborrecimiento de mí mismo. No había empezado a prever que esto formaría parte de la lucha por escribir y, no obstante, tendría un papel central en ella.

A pesar de mi refinamiento intelectual, ese «aborrecimiento de mí mismo» era aún una idea nueva para mí. Si el fenómeno se había dado alguna vez en mi mundo, desde luego nunca lo había percibido como un problema. En Newark no había conocido a persona alguna para la cual el aborrecimiento de sí mismo constituyera la clave de su conducta y los miembros del club bucknelliano Sigma Alfa My, al margen de sus defectos, nunca parecían irritarse a causa de su identidad o disculparse visiblemente por su existencia. Cuando Moe Filkenstein, uno de los dos Sammies jugadores de fútbol, empezó a jugar en el equipo de Bucknell, sus compañeros del club invariablemente lanzaban unos gritos que indicaban su afiliación orgullosa, una demostración de sentimiento que habría ocasionado paroxismos de vergüenza a un judío que se aborreciera a sí mismo. De hecho, lo más admirable de los Sammies era la manera despreocupada con que se sintetizaban en un entorno manifiestamente gentil sin negar su diferencia o insistir combativamente en ella. La suya me parecía, incluso entonces, una reacción elegante a una situación social que no siempre hacía aflorar lo mejor de la gente, sobre todo en aquella era conformista.

Prácticamente desde el día que llegué a Hyde Park como estudiante graduado y alquilé un cuarto en la Casa Internacional, la Universidad de Chicago me pareció una especie de extensión altamente evolucionada y utópica del mundo judío de mis orígenes, como si a la solidaridad y la intensidad íntima de mi vida en el viejo barrio les hubieran infundido un apetito salvador de diversión y experimentación intelectual. En septiembre de 1954, cuando empecé a estudiar en la escuela para graduados, la universidad me pareció llena de judíos que lo eran inequívocamente, mucho menos cohibidos e inseguros que los católicos irlandeses de Minnesota y los baptistas de Kansas, judíos totalmente secularizados, pero a duras penas mortificados por un pedigrí del que parecían derivar su pugnacidad no disimulada, su excitabilidad y un don para la ironía satírica cuyo sabor reconocí de inmediato. Si el amigo de mi familia Mickey Pasteelnik, el Rey de la Manzana[13] de Newark, hubiera disfrutado de una educación literaria, seguramente habría hablado de Las alas de la paloma de un modo parecido al de mi entusiasta compañero de estudios Arthur Geffin, de Brooklyn. Ted Solotaroff –con quien discutí provechosamente durante años tras mi regreso del Ejército en 1956, cuando



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